“Cuanto antes mejor; yo no pertenezco aquí. Que se pateen mutuamente a pedazos; cerraré la puerta detrás de mí y me alejaré hacia la libertad. ¿Por qué debería dejar que me zarandeen? Yo no me impuse sobre ellos. ¿Por qué debo imponerme sobre ellos ahora? No he conseguido un contrato con Dios. Míralo desde cualquier ángulo que te gusta; me obligaron. No culpo a mis padres. Sin embargo, tenían la edad suficiente para saber lo que estaban haciendo. Yo era un bebé cuando vine al mundo, o hubiese tenido suficiente sentido común como para venir como otra persona. (…) Desde el otro lado, rostros solemnes, amables me llaman: la reina sin cabeza, la reina sin cabeza— compasión, esperándome, con los brazos abiertos. Las leyes de este mundo son para niños; me he ganado mi pase”. – Morritz en Despertar de Primavera.
Por SARA KAFROUNI
Fotografía NELSON AGELVIS
Con guitarra en mano y con atuendos fuera de época, de esta época, están dos jóvenes, en medio de una concurrida sala, congestionada como las calles de una metrópolis, en donde variadas faunas caminan con miradas dispersas, agudas, algunas de juicio y otras que se reservan la certeza de que ambos chicos siquiera pertenecen a la escena.
Allí están, un grupo de jóvenes, que poco a poco y desde las butacas y pasillos de ambas alas de la sala se incorporan al escenario, que no es más que una caja de tabúes, misterios, placer y limitaciones de una realidad congelada por el frío invierno y atrapada en la oscuridad de unas paredes cubiertas de dibujos y pensamientos, grafitis confusos y aleatorios, cápsulas y desahogo de la sexualidad reprimida, “pecaminosa” y tormentosa de 12 jóvenes en plena pubertad, con homosexualidad, y trastornos de personalidad, atención, sociales, sexuales, alimenticios y de adicción.
Las épocas cambian, los tubúes crecen y algunos se mantienen. Despertar de Primera sumerge al público en una escena bohemia, mordaz, con talentos que se despojan no sólo de sus ropas, sino de las angustias, la crueldad, la injusticia y la ignorancia a través del canto —acompañado por el delicado sonido de la banda Majarete Sound Machine— y coreografías plenas de saltos de juventud en las que se apoyan de dos bancos en escena, que a través de la polimorfia se convierten en mesas, asientos e incluso en una bíblica cruz, y que divinamente convierten el grito de desesperación por las etiquetas, en el alivio de la moral que cómo víctimas del dogma y hasta de experimentos farmacológicos los revuelve hasta llegar al suicidio, y la degradación, disminución, del ser.
Esta versión de Despertar de Primavera dirigida por Luis Fernández, obra escrita por Frank Wedekind en 1891, está llena de profesionalismo y una capacidad actoral sin barreras que se distingue en el manejo de las represiones e imposición de reglas, y en las sutilmente crudas representaciones del suicidio, aborto, violación, masturbación y homosexualidad. La pieza desenmascara ilustradamente los conceptos y metodologías erradas sobre la educación, la farsa en la religión, y el sometimiento del ímpetus juvenil, todo representado en los personajes Melchior (Juan Pablo García), Wendla (Claudia Rojas), Morritz (Juan Bautista), Ilse (Vera Linares), Gregor (Tico Barnet), Ernst (Emmanuel De Sousa), Frank (Gabriel Machado), Thea (Erika Farías), Otto (Julián Izquierdo), Hanssen (Taba Ramírez), Martha (Anny Baquero) y Anna (Claudia Santos). Despertar de Primavera es una obra liberal que grita a los oídos soberbios de la sociedad constrictiva, aún dos siglos después de ser escrita.