Lorenzo Vigas, nacido para el arte

Luego de la grata noticia de que el largometraje Desde Allá, ópera prima de Lorenzo Vigas, fuera seleccionado para competir por el León de Oro en la septuagésima segunda edición del Festival Internacional de Cine de Venecia, el cineasta, en exclusiva para Zeta, habló sobre esta selección, sus inicios en el cine y del gran logro que significa para él y su equipo que su cinta se encuentre también en la sección “Horizontes Latinos” del Festival de San Sebastián y en la selección oficial del Festival Internacional de Cine de Toronto.

Por SARA KAFROUNI

Lorenzo Vigas, nacido en Mérida, hijo del pintor y muralista Oswaldo Vigas, con estudios en biología molecular y siendo campeón de windsurf empezó a sentir atracción por el cine desde los 15 años cuando recibe de su padre una cámara, con la que se dedica a realizar películas caseras junto a un grupo de amigos. Lorenzo Vigas, hurgando en la emotividad de los recuerdos comienza su relato: “Mientras yo hacía windsurf, yo hacía películas caseras con mis amigos del colegio desde los 15 años. Mi papá me regaló una cámara de VHS. Fue en tercero o segundo año de bachillerato y de ahí yo empecé a hacer películas que eran como de misterio, y la cámara fue como una obsesión desde ese momento. Yo ya tenía algo con las películas, pero fue cuando me regalaron esa cámara que empecé a hacer estas películas, y eran películas con su argumento, obviamente súper mal hechas y divertidas en el sentido de que eran hechas por unos niños, pero digamos que para mí empezó el cine ahí. Con esa cámara hicimos como cinco películas: El ídolo, El ídolo 2. Tenían inclusive su segunda parte. Entonces para mí la vida era, como yo la distribuía entre la biología, era como a lo que me dedicaba a estudiar, la actividad física era el windsurf al que le daba mucha importancia en ese momento y mi pasión creativa, por así decirlo, eran estas películas caseras con mis amigos. Seguía estudiando biología, hubo un momento en que decidí dejar el windsurf porque estaba cansado de la competencia y de viajar tanto por eso, pero las películas no pude dejarlas y un día le fui a hacer un documental a mi papá a Francia cuando hizo la exposición en el Museo de la Moneda y ese fue como mi primer trabajo profesional, entre comillas, porque no era profesional. Lo transmitieron aquí en Venezuela en la televisión; yo tendría como 23 años, y me di cuenta que podía de repente trabajar en eso. Entonces, ahí, cuando pasaron ese documental, y en Boston [estudiando biología] yo de pronto sentí que tenía una necesidad de expresión creativa que no podía llenar con la ciencia y me di cuenta que mi futuro trabajando en la ciencia era trabajando en un laboratorio de investigación o dando clases en una universidad, y tenía como esa necesidad de contar historias, muy grande, y sentí que mi herramienta era lo audiovisual, por estas experiencias, pocas, que tenía hasta ese momento. Entonces, yo decidí dejar la maestría y me fui a Nueva York y tomé un par de talleres prácticos de cine, “workshops”. No quise hacer una escuela de [estudiar] cine. Primero porque ya tenía seis años estudiando biología y no quería volver a hacer una escuela; además pienso que el cine no se estudia, es una vocación y yo la tenía. Creo además que tanto el cine como la pintura como las expresiones creativas no necesitan ser estudiadas; más bien, a veces estudiar te academiza, te hace plantearte las cosas como deberían ser hechas, como te dicen tus profesores y eso a veces te limita desde el punto de vista creativo. Yo solo hice unos talleres que lo que me enseñaban prácticamente era como usar la cámara”, sentencia Lorenzo Vigas, que además reveló  que tenía una necesidad por aprender a escribir o como describe Vigas “aprender a poner sus obsesiones en papel”, lo cual pone en práctica en México con el productor Guillermo Arriaga, luego de haber trabajado en Cinesa y dirigido dos capítulos de la serie Expedición de Radio Caracas Televisión.

Sobre la realización de la cinta “Desde Allá”, Lorenzo Vigas comenta que tardó varios años en realizarla, aproximadamente unos tres años en escribir el guión, pues no sólo es exigente con él mismo sino que se considera como un ser “obsesivo, compulsivo y perfeccionista” por lo que asegura que sufre él y hace sufrir a los demás: “Escribiendo fueron tres años. Hasta que no sentí que tenía un guión muy sólido no lo solté. Ya cuando me traje el proyecto a Venezuela fue bastante rápido. Rodolfo Cova, que es un productor venezolano, se enamoró del guión y quiso hacer la película, y pudimos hacer el equipo rápidamente. Después tuve la suerte de conseguir a uno de los actores más importantes de América que es el chileno Alfredo Castro, que se enamoró de la historia, y fue muy fácil contar con él porque al ver el cortometraje y leer el guión dijo: ‘yo quiero hacer esta película’. Y luego tuve la suerte de descubrir un talento que se pierde de vista que es el venezolano Luis Alejandro Silva que es el otro protagonista y que va a ser una sorpresa para todo el mundo, y cuando digo todo el mundo, digo el mundo entero porque en Venecia una de las cosas que más llamó la atención fue la actuación de este joven talento venezolano, también en San Sebastián, también en Toronto, porque la película también está en selección oficial de Toronto, que es el Festival más importante del continente americano. Yo creo que todo el mundo, bueno de hecho ya la gente está muy sorprendida por la actuación de este joven talento venezolano, que creo que tiene todo para convertirse en una super estrella internacional. Pero todo fue muy rápido, tuvimos suerte de que el proyecto fue aprobado por el CNAC, muy rápidamente armamos todo, el equipo y filmamos”.
Sin embargo, pese a la rapidez de organización, el cineasta asegura que les costó un poco decidir cuáles serían las locaciones ideales para la filmación de la película, pues para él era de gran importancia “que se viera Caracas en toda su complejidad socioeconómica y toda su complejidad desde el punto de vista de infraestructura”.
El trabajo de filmación en varias oportunidades requirió de un esfuerzo extra de parte de los actores, quienes tenían que repetir una escena hasta 20 veces de manera de lograr el “punto más alto” de la actuación y conseguir la perfección en las escenas de gran compromiso emocional. Y aunque fue un trabajo duro, Lorenzo Vigas considera que valió el esfuerzo, pues ese sacrificio y compromiso es lo que les permitió estar en Venecia, Toronto y San Sebastián. “Lo importante, al final del camino, es lo que tú ves en la pantalla, que la película sea buena, que la película no se quede en Venezuela, que la película no la vean tus amigos y nadie más. Yo dije en una entrevista que el cine es muy cruel porque si tú no quedas en un festival muy importante la película pasa desapercibida, y son años de trabajo, muchísimo dinero, tú dejas ahí parte de tu corazón, de tu hígado, de tu intestino y al final si la película no la agarra un festival grande, pues la película la ven dos o tres personas. Entonces, al final valió la pena. Nada más de saber que estamos en los tres consecutivos [festivales de cine] clase A –yo creo que es la primera vez en la historia que está Venecia, Toronto y San Sebastián de un solo golpe en septiembre; nunca había pasado con ninguna película venezolana– pues ya es un premio a todo ese sacrificio que se hizo, a ese sufrimiento”, afirma Lorenzo Vigas.

LA FORTALEZA DE LA CINTA
Estar en tres festivales consecutivos y de gran importancia no sólo resultó una agradable sorpresa para el mismo cineasta Lorenzo Vigas sino que lo consideró como un premio. Sin embargo, Lorenzo Vigas comentó que Alberto Barbera, director del Festival de Venecia, les hizo saber que lo que realmente llamó la atención de esta cinta fue la puesta en escena y la manera única de contar historias: “nos hizo saber que le había llamado poderosamente la atención mi puesta en escena, la forma en cómo yo dirijo, como pongo la cámara. Como se cuenta la película en imágenes fue lo que más le llamó la atención. Él vio algo ahí y por eso la metió en competencia oficial. Lo normal era que si le hubiera gustado mucho la pusiera en Orizzonti que es una sección muy importante del Festival de Venecia que está por debajo de la selección oficial, donde están las películas de otros horizontes que no son de los grandes maestros del cine. Los grandes maestros del cine van en la competencia oficial y las películas como la mía van en Orizzonti, y por alguna razón me metieron a mí, con mi primera película, arriba en la competencia oficial, lo cual es una cosa rara, única, muy rara. [Desde Allá] no es convencional. Yo pienso que en el guión, las cosas más importantes son las que no se dicen. De la misma manera, creo que cuando presentas visualmente una película lo más fácil y lo más obvio es mostrar todo. Justamente, lo que diferencia a los buenos de los malos directores es saber qué no mostrar, y son las cosas que no muestras las más importantes en la película. Y a mí me gusta justamente no mostrar las cosas importantes. En lo visual, cuando hay cosas que no ves, que el director te esconde, tu cerebro trata de rellenarlo y de imaginarte esas cosas que no estás viendo. Eso hace inconscientemente que tú te conectes más emocionalmente con la película. Yo trabajo de esa manera. Y quizás eso fue lo que él vio que le pareció interesante”.
Desde 1959, cuando Araya de Margot Benacerraf ganó el premio de la crítica en el Festival de Cannes, no se siente tanta expectativa con una cinta venezolana en alguno de los cinco más renombrados festivales internacionales de cine: Cannes, Toronto, Venecia, Berlín y el Sundance. Como dijo el director Lorenzo Vigas, el simplemente ser seleccionado para participar en algunos de ellos es ya un premio para el cine venezolano.